Siempre tuve un miedo terrible a las alturas, pensar en un piso de cristal me daba náuseas instantáneamente, incluso asomarme por balcones o ventanas me mareaba; un día manejaba y sin querer me subí a un segundo piso, de esos que están de moda en la Ciudad de México, y me puse a llorar de la ansiedad. Era algo ilógico, que no sé de dónde viene, ni cuando empezó…
Hace poco, tomé la decisión de enfrentarlo y me subí a un globo aerostático:
(Léase con Erik Satie de fondo ww.youtube.com/watch?v=dtLHiou7anE)
Mientras me elevaba mi corazón latía muy fuerte, pero me sorprendió darme cuenta que no tenía miedo, lo que sentía era una inmensa alegría. Me gustaría poder describir toda la paz que sentía en ese momento, nada más existía a mí alrededor, no se sentía ni el viento, ni se oía ningún ruido. Comencé a llorar, porque no tuve otra manera de reaccionar ante lo que me había dado cuenta…
Mientras veía cómo nacía el sol y cientos de otros globos de colores llenaban el cielo, aprendí algo nuevo de mí. El miedo que tenía no era a las alturas en sí, era un miedo terrible a caerme y más precisamente, al dolor que sentiría al terminar de caer. Nunca había sentido lágrimas más íntimas como ese día, ni una emoción tan pasiva; ¡estaba volando y no tenía miedo!, por dentro estaba gritando de alegría, y por fuera sentía una serenidad absoluta.
Me di cuenta que ya había pasado lo peor hasta este momento de mi vida, ya había caído desde muy alto, ya había experimentado el dolor más intenso que he conocido; sin embargo no había muerto, ni me detuve por mucho tiempo… y ahora estaba ahí, casi levitando. Fue algo extraordinario.
Recuerdo que me sentía orgullosa de mi misma, algo que nunca en la vida había ocurrido antes. Me sentía en el centro de mi misma, más viva que antes, y sin pensar en planes concretos, estaba lista para seguir volando y aterrizar en cualquier otra parte del mundo. Estaba expectante de mi misma, pude ver el camino por el cuál caí, pude ver el proceso del sufrimiento, la agonía, la esperanza de recuperarme, el esfuerzo por seguir con mi vida, vi todo ese tiempo que me tomó llegar hasta perder el miedo. Vi mi vida entera mientras volaba, y me sentí orgullosa de haberla vivido.
También entendí algo muy curioso; al emprender este viaje pensaba que iba a aprender sobre otras culturas, que la gente me enseñaría sus ideas y sus maneras, buscaba aportar al mundo un poco de mi ayuda, pero al final aprendí sobre mi misma. Me fui de viaje para al final encontrarme a mí misma en el mismo lugar donde siempre había estado, conmigo.
Aun no sé mucho de la vida, pero mientras aprenda a volar para llegar más lejos, estoy dispuesta a vivirla.